El pasado 14 de septiembre pusimos punto final a Barrocracia, la exposición de Rubén Panete que transformó durante semanas el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología en un espacio de silencio, interrogación y sensibilidad compartida. Una propuesta nacida en el marco del Festival RESIS, que quiso experimentar con los límites del pedagógico para invitar al público a sentir e imaginar sin mediaciones, sin textos que condicionaran el vistazo.

Barrocracia jugó con la tensión entre materia y estructura, entre lo que se explica y lo que se deja sin nombre. Y precisamente en ese lugar de suspensión, de apertura, encontró su mejor eco a música de Nikola Tanaskovic.

Acordeonista de origen serbio, formado en Novi Sad y en el Conservatorio Superior de Música del País Vasco, Nikola desarrolló una trayectoria marcada por el compromiso con el repertorio contemporáneo. Ha colaborado con compositores actuales, estrenado obras en diferentes escenarios internacionales y explorado las posibilidades expresivas de un instrumento que, en manos suyas, deja de ser solo acordeón para convertirse en laboratorio sonoro, capaz de expandirse y dialogar con las estéticas más radicales de nuestro tiempo.

En la clausura, sus interpretaciones no fueron un concierto al uso, sino una prolongación natural de la exposición. Las piezas vibraron en la sala como se el barro y lo son compartieran una misma materia: a veces frágil, a veces densa, siempre en tensión. El público recorrió esta última etapa de Barrocracia entre instalación y música, entre silencio y resonancia, completando así una experiencia que se quiso libre, abierta y profundamente sensorial.

Queremos agradecer al MUNCYT por acoger este diálogo tan fértil entre arte contemporáneo y ciencia, y la Rubén Panete por su imaginación y dedicación. Su capacidad para abrir nuevos territorios, para proponer preguntas más que respuestas, hizo posible que Barrocracia se convirtiera en algo más que una exposición: una experiencia compartida.

Cerrar de este modo, con música y comunidad, fue un final a la altura del camino recorrido. Un recuerdo inolvidable que, desde ahora, forma parte también de la memoria de AIS y del Festival RESIS.